Cuentos de Princesas

La Peregrina

La PeregrinaCuento corto: La Peregrina

Había una vez un príncipe que estaba encantado en un palacio muy hermoso, mientras durase en encantamiento no podía irse de allí; pero el Rey le permitía que anduviese cazando por los alrededores.

Un día en que fue de caza acertó a pasar por una casa de campo, donde vio a una joven tan guapa que, era la envidia de todas aquellas tierras.

El príncipe se enamoró de ella y, como era también muy guapo, no le pareció a ella saco de paja, y también se enamoró de él. El príncipe le dijo si quería ser su mujer, y como ella estuvo conforme, se la llevó a su palacio, y allí la tenía rodeada de todo cuanto podía desear. Le dijo que pronto iba a cumplir el tiempo por el que estaba encantado, y entonces se iría a su casa y se casaría con ella, pero que tuviera mucho cuidado de no dormir en el día que él se fuera, porque él no podría llamarla y, si lo llegaba a perder de vista, no le sería fácil volverlo a ver.

Llegó el día en que se cumplía su encantamiento, y vino su padre por él en un coche de caballos. Antes de salir fue el príncipe a ver a la joven y se la encontró dormida; cogió una porción de flores y las echó alrededor de ella, y sacando un puñal con un mango de oro se lo puso en el pecho. Luego, como su padre lo estaba esperando, salió y, subiendo al coche de caballos, se fueron.

En el momento que se fueron desapareció el palacio, y no quedó nada más que la joven dormida sobre la tierra. Con la sensación del frío despertó ella y, al verse sola, comprendió que se había cumplido el tiempo del encantamiento del príncipe y que éste se había ido durante su sueño.

Recogió las flores y el puñal, y guiándose por las señales de las ruedas siguió tras el coche. Al llegar a un alto divisó a lo lejos la nube de polvo y vio que era el coche donde iba el príncipe. Siguió corriendo detrás, pero no podía alcanzarlo, hasta que se encontró con una peregrina. Le preguntó si había visto a los que iban en aquel coche, y por las señas que le dio conoció que uno de ellos era el príncipe. Le propuso a la peregrina que cambiaran de traje y, como el suyo era muy bueno, no tuvo aquélla inconveniente.

Con el traje de peregrina prosiguió su camino y, como el coche se había parado en la fuente para comer los viajeros, lo alcanzó.

Apenas tuvo tiempo la peregrina de descansar un ratito, cuando el coche se puso otra vez en marcha. Pero el príncipe había visto a la peregrina hablar con la joven, y creyendo que era la peregrina, pues no había observado el cambio de trajes, quería preguntarle por la joven, y dio orden de que los caballos fueran al paso, con disgusto del rey, que quería que fuesen corriendo; pero el príncipe le dijo que iba enfermo y no le convenía ir deprisa.

Así, como el coche andaba poco, se asomó y le dijo:

Peregrina, ¿no estuviste hablando en el camino con alguien?

–Sí, señor –contestó la peregrina–, con una niña muy bonita.

–¿Y qué te decía aquella niña?

–¡Ay, pobrecita! Sólo decía: «Caballero que me enamoraste con rosas y flores, ¡ay de mí!, para olvidar mis amores»

Le preguntó varias veces, porque le gustaba oírle hablar, y ella siempre le contestaba lo mismo, hasta que el rey, cansado de todo aquello, dio orden de que apretasen los caballos, pero el príncipe se opuso, a menos que la peregrina entrase en el coche, pues de otro modo se bajaría él. El rey creyó que era un capricho de su hijo, y con tal de llegar pronto a palacio consintió que la peregrina entrase en el coche. Subió la peregrina, y por fin llegaron a palacio. El príncipe no la había reconocido, pero al oírla hablar le parecía conocer el eco de su voz, así que no quería dejarla ir y ordenó que le destinasen una habitación en el palacio, cerca de la suya.

Pues vamos, que el rey tenía ya dispuesto el casamiento de su hijo con una princesa que aquel mismo día había llegado a palacio; así fue que al día siguiente le dijo al príncipe que iba a verificarse su boda. El príncipe pidió tiempo para pensarlo, pero el rey le dijo que no era posible, porque la novia había llegado con el acompañamiento y no podía hacérsele esperar y, que quieras que no, los casó al día siguiente. El príncipe estaba muy disgustado, pues se acordaba de la joven que había quedado abandonada en el campo. Por su parte la peregrina, que tenía esperanzas de que el príncipe acabaría por reconocerla, al verlo casado perdió por completo las esperanzas y no quiso asistir a las fiestas.

Así que llegó la noche y se acabó el baile, la princesa se fue a acostar, pero el príncipe quiso antes ir a ver a la peregrina, por si estaba enferma, pues no la había visto en todo el día. Llegó a su cuarto y lo encontró vacío, preguntó a los criados y ninguno la había visto, la buscó por todas partes y, al registrar el jardín, la encontró tendida en el suelo con un puñal clavado en el pecho, y a su alrededor muchas flores. Se inclinó y vio su puñal con mango de oro y, descubriéndole la cara, reconoció a la joven.

Entonces, comprendiendo por qué se había matado, dijo:

–Puesto que tú no has querido vivir sin mi amor, yo no quiero tampoco vivir sin el tuyo –y cogiendo el puñal, se lo clavo en el pecho, cayendo muerto al lado de la peregrina.

La princesa, que estaba aguardando a su esposo, viendo que tardaba mucho, se levantó para ver dónde estaba, fue al cuarto de la peregrina, temiendo que allí estuviera, pues sabía que había venido con ellos y, como no encontró a ninguno, se creyó que habrían huido, los buscó por todas partes y, al llegar al jardín y verlos muertos, tuvo celos de la peregrina y, cogiendo el puñal que el príncipe tenía en el pecho, se lo clavó ella y cayó muerta a su lado.

Cuando se levantaron por la mañana los reyes, fueron a ver si se habían levantado los recién casados y, al ver que ya no estaban en su cuarto, bajaron al jardín y cuál no fue su dolor al ver a los tres difuntos. La reina la echaba la culpa al rey, pues decía que, sabiendo que su hijo quería a la peregrina, se había empeñado en casarlo con otra mujer. El rey se disculpaba como podía, pero los dos estaban inconsolables.

Al poco tiempo ver bajar una paloma blanca, que, después de revolotear alrededor de los muertos, se posó en tierra. La paloma traía en el pico una cestita, que puso en el suelo. Todos, sorprendidos, aguardaron a ver qué hacía.

En la cesta traía un botecito con una pluma dentro. La paloma sacó la pluma, y con el líquido del bote le dio al príncipe en la herida, y éste se levantó bueno y sano, con gran sorpresa y alegría de los que lo presenciaban. La paloma se dirigió al príncipe y le dijo:

–Traigo orden de devolverle la vida a una de las muertas; elige entre las dos la que quieras.

El príncipe contestó sin vacilar la peregrina.

Entonces la paloma cogió la pluma y, untando con ella en la herida de la peregrina, ésta recobro vida. Luego, cogiendo la cestita, remontó el vuelo y desapareció de la vista de todos.

Los reyes hubieran deseado resucitar a la princesa, pero, viendo que era imposible, porque la paloma se había llevado el botecito, se conformaron con tener a su hijo, y dispusieron con gran pompa el entierro de la princesa.

Acabado esto, el séquito de la princesa regresó a su país a llevar la nueva de aquella desgracia, y el príncipe les dijo a sus padres que no se casaría con nadie que no fuera la peregrina. La reina, que no quería que volviese a suceder otra cosa como la anterior, convenció al rey, y pasados unos días de luto por la princesa, se casaron los dos jóvenes, siendo felices toda su vida.

FIN

Que tanto saben del cuento La Peregrina

Es hora de poner a prueba los conocimientos de tus niñas y niños sobre el cuento La Peregrina. Elaboramos un cuestionario de preguntas para tus peques.

  • ¿Cómo se llama el cuento?
  • ¿Qué personajes aparecieron en el cuento?
  • ¿Quién fue el presonaje principal del cuento?
  • ¿Cuál fue tu parte favorita del cuento?
  • ¿En que lugar ocurrio la historia?
  • ¿Inventa otro final para el cuento?

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