El Misterio de la Sonrisa Perdida
Cuento corto: El Misterio de la Sonrisa Perdida
Ayer, en medio de las risas y el bullicio del patio de la escuela, perdí mi sonrisa. La dejé caer sin darme cuenta, como si fuera una hoja arrastrada por el viento. Al principio no me di cuenta, pero pronto lo noté, porque todos comenzaron a mirarme. Sus ojos curiosos y desconcertados se posaban en mi boca vacía.
—¿Estás enojada? —me preguntaron algunos compañeros, con la misma mirada que parecía querer descubrir un secreto oculto en mi rostro.
Incluso mi mejor amiga, Justine, con su habitual dulzura, me miró preocupada y dijo:
—¿Te dieron un pisotón?
—¡Claro que no! —respondí rápidamente, pero mi voz salió con un tono extraño, como si el eco de mi sonrisa todavía resonara en algún lugar lejano, y traté de forzar una sonrisa que no llegaba a aparecer.
Al llegar a casa, mi mamá, siempre perceptiva, me miró a los ojos y preguntó:
—¿Qué pasó con tu sonrisa?
—Espero que vuelva pronto. Sin ella, el mundo no es tan hermoso —dijo con una calidez que me hizo sentir un poco menos sola en mi búsqueda. Sin embargo, no supe qué responder. Me tapé la boca con las manos para que no viera lo vacía que estaba.
Más tarde, cuando llegó papá, siempre dispuesto a hacerme reír, me dijo con entusiasmo:
—¡Espera un minuto! Voy a hacer que tu sonrisa reaparezca ahora mismo.
Volvió vestido como un payaso, con el mismo disfraz que solía hacerme reír cuando era pequeña. Sus caras graciosas y sus torpes movimientos seguían siendo encantadores, pero esta vez, no funcionaron. Papá, el payaso más simpático del mundo, hizo lo imposible por recuperar mi sonrisa, pero no podía decirle que simplemente no estaba ahí.
Con el paso de las horas, me sentí cada vez más inquieta. ¿Esa sonrisa tiene que estar ahí todo el tiempo? —me preguntaba en silencio. ¿Me quieren a mí o a la estúpida sonrisa?.
Sentía que había perdido algo más que una simple expresión, algo importante, algo que todos esperaban de mí. Pero yo no la sentía.
Sabía en el fondo dónde estaba mi sonrisa: en la boca de aquel niño a quien se la di en el patio de la escuela. Había sido un intercambio fugaz, como un préstamo que nunca pretendí hacer. Lo miré desde lejos, esperando que él comprendiera y me la devolviera.
Pero cuando lo confronté y le pedí que me devolviera mi sonrisa, él y sus amigos se burlaron de mí. Lo vi, claramente, en sus rostros, en sus labios curvados en una mueca de burla. Vi pedacitos de mi sonrisa en sus caras, descompuesta, esparcida entre sus risas crueles.
Mi tía Gruñilda, siempre pragmática y directa, no fue de gran ayuda. Me dijo con un tono severo:
—¡Uno no va por la vida sonriéndole al mundo!
—¡Es tu culpa! —insistió, como si yo misma hubiera decidido perder mi sonrisa.
Sus palabras resonaron en mi cabeza, pero no me consolaron. No era consuelo lo que buscaba, sino mi sonrisa, mi verdadera sonrisa.
Al día siguiente, mamá, con su serenidad habitual, trató de calmar mis preocupaciones.
—No te preocupes —me dijo—, tienes suficientes sonrisas. Ya volverá.
Su confianza en mí me dio un poco de valor, y esa mañana decidí volver al colegio y pedirle al niño que me la devolviera de una vez por todas.
Cuando lo enfrenté, algo inesperado sucedió. El niño se puso tan nervioso que su rostro se sonrojó. Titubeó, y antes de poder decir algo, tropezó torpemente y cayó de bruces sobre su mochila.
En ese instante, algo en mí se liberó. Sentí un cosquilleo en los labios, como si de repente mi boca recordara cómo formar una sonrisa por sí sola. Fue entonces que, sin saber por qué ni cómo, recuperé mi sonrisa. No porque el niño me la devolviera, sino porque entendí que siempre había estado conmigo.
Y esa sonrisa que había perdido el día anterior, esa que tanto me había costado encontrar, volvió a mí, más brillante y auténtica que nunca. Ya no me preocupaba si otros la tenían o si la veían. Era mía, y eso era lo único que importaba.
FIN
Reflexión del cuento: Nos enseña que no siempre debemos estar sonrientes para sentirnos valiosos. A veces, la sociedad nos presiona a ocultar nuestras verdaderas emociones, pero el cuento nos recuerda que la autenticidad es lo más importante. La protagonista descubre que su sonrisa no estaba realmente perdida, sino que siempre estuvo dentro de ella, esperando el momento adecuado para volver.
Este cuento nos invita a aceptar nuestras emociones y a recordar que no necesitamos una sonrisa falsa para agradar a los demás. Lo esencial es que nuestras emociones, cuando se expresan, sean genuinas y propias.
Que tanto saben del cuento El Misterio de la Sonrisa Perdida
Es hora de poner a prueba los conocimientos de tus niñas y niños sobre el cuento El Misterio de la Sonrisa Perdida. Elaboramos un cuestionario de preguntas para tus peques.
- ¿Cómo se llama el cuento?
- ¿Qué personajes aparecieron en el cuento?
- ¿Quién fue el presonaje principal del cuento?
- ¿Cuál fue tu parte favorita del cuento?
- ¿En que lugar ocurrio la historia?
- ¿Inventa otro final para el cuento?
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